domingo, 2 de diciembre de 2007

La población y la especie


Un parlante conectado a un equipo reproductor de sonido. Dentro de ese equipo hay unos circuitos integrados cuya invención habría sido imposible sin los conocimientos de la mecánica cuántica, y cuya realización no se habría logrado sin la más avanzada tecnología de materiales. El aparato del caso encarna, pues, algunas de las más notables metas alcanzadas por la especie humana. Pero lo que ese parlante reproduce no es, digamos, el Adagio de Albinoni ni la 9ª Sinfonía de Beethoven, ni nada que sea una de las cumbres del obrar humano. Estas, sin embargo, están no menos disponibles que lo que suena en el parlante. Digo “suena”, pero se trata de un batir salvaje, que esparce a gran distancia un temblor general y uniforme. En ese estruendo machacón canta una voz, y lo que esa voz canta, con acento de burla carcelaria, es que una muchachita se libre de su bombachita. La población que pasa por la vereda no parece molesta, empero, ni con el retumbar del parche ni con la procacidad del que canta; al contrario, se detiene en gran número ante las vidrieras de la tienda, comenta con soltura de ademanes lo que en ellas se exhibe, y no se priva de entrar, también en gran número, con trotecito ansioso, por la puerta aledaña al parlante; no huye, sino que entra. Entonces se comprende que ese ruido poderoso y destemplado había sido dispuesto con deliberación para atraer a la gente; a esa gente cuyo genoma, sin embargo, no difiere del de Esquilo ni del de Spinoza ni del de Gandhi.

Este hecho, cuyo significado puede generalizarse hasta abarcar el ámbito de todos los negocios humanos, representa a mi entender el problema fundamental que amenaza a la sociedad de los hombres; un problema que gravitó siempre pero que hoy ha llegado a ser punzante, y que cabría formular así: la población no está a la altura de la especie.

Muchas cabezas autorizadas han sostenido que la distancia del caso puede salvarse mediante la educación. Desdichadamente, todo parece indicar que esa propuesta requiere haber resuelto antes el problema. A menos, claro está, que se procure educar a palos, lo que, aparte de contravenir los ideales humanistas de aquellas cabezas, nunca produjo buenos resultados.

Por Samuel Schkolnik, para LA GACETA

3 comentarios:

Anónimo dijo...

como sabe Lito que a Esquilo, Spinoza o Gandhi no les hubiese pintado la cumbia? si asi hubiese sido, no estarian a la altura de la especie? pffff....

Anónimo dijo...

El mismo snobismo de muchos...

Con que bara se mide la alta y la baja cultura?

Dedo para abajo para este articulo.

Anónimo dijo...

TO BAILO CUMBIA...
Q DESGRACIA CHE..JAJAJA

PERO BUENO..SIENDO BUENO CON EL AUTOR...NO ES TANTO SNOBISMO DEL FILOSOFO...Y SI LO ES...NO ES DEL Q MAS DAÑO CAUSA...

ES MAS UNA MIRADA DEL HOMBRE GRANDE, CONTENTO DE SERLO, FRENTE A ALGUNOS CAMBIOS QUE SE SUCEDIERON RAPIDAMENTE.


Y NADA...
ME GUSTA COMO CONCATENA LAS PALABRAS CHE..JAJAJA